“Es neblina”,
me dijeron algunos chinos en 2009, semanas después de haber llegado a Beijing. Y
yo, ingenuo, proveniente de una urbe con altos niveles de contaminación como la Ciudad de México, lo creí.
Pero esa
neblina que cubría la ciudad y no dejaba ver más allá de 200 metros olía feo. A
gasolina. A carbón. No sé exactamente a qué, pero olía feo.
Tiempo
después, mi ingenuidad dio paso al desconcierto, a la incredulidad y,
finalmente, al desencanto. Beijing, la capital de la segunda potencia económica
a nivel mundial, era una verdadera mugre, y hacía parecer a mi ciudad natal
como un manantial de agua cristalina.
Vista desde mi ventana / Foto: Juan Carlos Zamora |
En los más
de tres años que llevo viviendo en la capital china me he despertado decenas de
veces sin ganas de asomarme a la ventana del piso 11 donde vivo. Es aterrador mirar
el horizonte y no poder ver más que el edificio de enfrente. Y más terrorífico
resulta saber que la espesa niebla está formada por contaminantes.
Pero esta
situación llegó a grados extremos hace un par de días. Según datos de diversas
organizaciones, se alcanzó un nivel de contaminación 40 veces superior a los límites
de seguridad que marca la Organización
Mundial de la
Salud.
La visibilidad es escasa en los días con alta contaminación / Foto: Juan Carlos Zamora |
Y como
Beijing hay más ciudades en este país que presentan altos niveles de polución.
De hecho, según datos del Banco Mundial que cita el diario El País, 16 de las 20 ciudades más contaminadas del mundo están en
China.
Y no para menos.
Más del 60 por ciento de la energía que consume esta nación se produce quemando
carbón, un recurso natural muy abundante en esta tierra. Si le sumamos que
China es la fábrica del mundo y que expulsa al medio ambiente más dióxido de
carbono, plomo, azufre y demás
contaminantes que ningún otro país, y que su parque vehicular se ha
incrementado de forma exponencial, entonces, el resultado de la ecuación no es
ninguna sorpresa.
Sin
embargo, no es lo mismo leerlo que vivirlo y respirarlo directamente. Y en mi
posición de testigo directo debo decir que es deprimente y atemorizante caminar
en las calles de Beijing en medio de tal cantidad de esmog, y notar que la
gente se ha acostumbrado a no tener cielos azules, a no mirar hacia arriba, a
respirar porquería.
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Día contaminado en Beijing / Foto: Juan Carlos Zamora |
Sí, es
cierto que la Ciudad
de México está muy contaminada y que hay días en que una nata gris cubre el
cielo. Pero nunca he caminado en el DF en medio de una nube negra y espesa, y buena
parte del año hay cielos azules por la mañana.
Los chinos
están pagando muy caro su crecimiento económico. Su bolsillo se va llenando de
dinero, pero sus pulmones se están poniendo negros. Así para qué.
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Los chinos se han acostumbrado a no tener cielos azules / Foto: Juan Carlos Zamora |