En
condiciones adversas, nuestra mirada se detiene en detalles en los que antes
jamás había reparado.
El clima de
la Ciudad de México, de donde provengo, es muy benigno: los inviernos no son muy
fríos, y los veranos alcanzan como máximo 33 grados centígrados, por lo que el
panorama en cuanto a vegetación no cambia mucho.
Pero en
Beijing es muy distinto. Las estaciones están bien marcadas, y de un terrible
invierno donde el mercurio llega a veces hasta los 20 grados bajo cero, se pasa
a la temporada estival con calor y humedad agobiantes. Por eso, los cambios en
la naturaleza son drásticos.
Esto se
nota principalmente en el breve periodo de primavera, cuando todo lo muerto y
marchito tras cuatro meses de temperaturas bajo cero comienza a renacer,
brindando un espectáculo maravilloso.
Durante
varias semanas me di a la tarea de fotografiar un árbol cerca de mi casa. Mi
cámara fue testigo de los sutiles cambios en sus ramas, que sumados a todos los
troncos que comenzaron a despertar, le han dado una fisonomía distinta a la
capital de China.
Les
comparto algunas de estas imágenes.
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