Quizá suene extraño, pero las palabras más dulces que me han dicho en
China no fueron precisamente halagadoras: “¿Por qué tienes la nariz como
aguja?”.
Una linda y sonriente estudiante de primaria me soltó la pregunta, de la
forma más natural, al ver mi puntiaguda nariz. Nunca podré olvidarla. No sólo
porque sus palabras provocaron en mí una risa estruendosa, sino también porque con
su mirada me inyectó una fuerte dosis de optimismo y de alegría. Ella es hija
de trabajadores migrantes que llegaron a Beijing, como muchos, en busca de una
mejor vida.
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La inolvidable niña al salir de clases / Foto: Li Yi |
Una visita de Radio Internacional de China a la escuela primaria Jing Yu Chen para hijos de
trabajadores migrantes, en la orilla sur de Beijing, me permitió conocer a esos
niños que a veces no se ven, pero que forman parte de la heterogénea sociedad
china.
Tres años atrás tuve la oportunidad de estar en una escuela privada,
donde niños chinos y extranjeros de clase media y alta estudian juntos y se
integran mientras aprenden inglés, alemán y español, realizan obras de teatro
en auditorios de primer mundo, practican deportes en campos con césped y tocan
algún instrumento en aulas bien acondicionadas. Aquella vez quedé impresionado
por la desenvoltura de los pequeños, que no tenían pudor alguno y me
bombardeaban con preguntas en inglés y en español.
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Fachada de la escuela Jing Yu Chen / Foto: JCZ |
Esta vez me tocó el otro extremo: una escuela con la apariencia de una
bodega en medio de un descampado lleno de escombros, y cuyas instalaciones
adolecen de todas las bondades de una escuela cara. Sin embargo, la labor
social que realiza este centro escolar es muy importante: educar a los hijos de
aquellos que no van a la universidad, que no ocupan cargos directivos en las
empresas ni conducen autos de lujo, pero que mueven la maquinaria que ha hecho
crecer a China en los últimos 30 años.
En todo el país hay 262 millones de trabajadores migrantes, que dejan
sus pueblos, sus tierras de cultivo y toda una vida para buscar mejores
oportunidades en las grandes urbes. Beijing es una de las ciudades con mayor
captación de estos trabajadores. Muchos de ellos encargan a sus hijos con los familiares,
principalmente con los abuelos, pero otros viajan con la familia completa.
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Copiando la lección en la pizarra / Foto: JCZ |
Claro está, estos niños que llegan a las ciudades tienen que estudiar,
pero, por diversas circunstancias, las escuelas públicas no siempre los admiten.
Ocurre también que los padres se mueven de un lugar a otro dependiendo de la
oferta de trabajo y los niños no pueden asistir a las clases de forma
constante.
Por fortuna, en los últimos años se han creado escuelas especiales para
estos chicos, en donde los profesores, verdaderos héroes anónimos, conocen sus
necesidades y desempeñan también el papel de tutores y amigos de sus
estudiantes.
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El profesor Zhang Huijie enseña a cada niño según sus capacidades / Foto: JCZ |
Luego de entrar y recorrer por unos instantes los pasillos mal
iluminados de la escuela, sonó una tonada que indicaba el término de una clase.
Ahí comenzó la magia. Cientos de voces infantiles que estaban en silencio
minutos atrás comenzaron a incrementar los decibeles, y en pocos segundos el
bullicio inundó el lugar.
Cuando los niños se dieron cuenta de que una comitiva de extraños, con
enormes cámaras fotográficas y grabadoras, estaba en la escuela, de inmediato
se alborotaron, y más cuando vieron al extranjero de nariz grande y piel morena
que no dejaba de sonreír. De inmediato la voz se corrió, y una horda de
pequeñitos se acercó a nosotros. Algunos lucían asustados, otros emocionados, y
varios de ellos nos pidieron que les tomáramos fotos. Así lo hicimos durante
varios minutos, hasta que la campana sonó de nuevo y todos volvieron a sus
aulas.
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Jugando con los pequeños / Foto:Li Yi |
El día había cambiado para ellos. Rompimos la rutina y se notaba. Todos
estaban inquietos y dejaron de prestar atención a los profesores. Miraban hacia
las puertas para ver si los extraños seguían tomando fotografías. Y sí, lo
hacíamos, no sin cierta culpabilidad por interrumpir las lecciones, pero
contentos por darles un momento diferente.
Junto con el grupo de la radio, entré a un salón de clases. Ahí entregamos
ropa y material donado por los trabajadores de la emisora. Las paredes, las
bancas, la pizarra, todo se veía viejo. Y los pequeños lucían diferentes a
aquellos niños de clase media que van a las escuelas públicas o privadas en el
centro de Beijing.
Algunos se mostraban recelosos y agachaban la mirada. Otros lucían
desconcertados. Pero a los pocos minutos parecía que nos conocían de toda la
vida. Ya más relajados, sonrieron ante nuestras cámaras. Algunos soltaron todas
las frases en inglés que han aprendido (Hello! Where are you from? What is your
name?) y otros se arremolinaron para tomarse una foto colectiva. Se dejaron y
nos dejamos querer.
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En un salón de clases con niños migrantes / Foto: JCZ |
Debo admitir que siempre he sido como un niño. Me gusta bromear, reír y
jugar con la gente. Así que en aquel salón de clases me sentí en mi elemento.
Disfruté la pureza y la sinceridad de esos pequeños. Me identifiqué de cierta
forma con ellos, pues aunque mi infancia no estuvo marcada por la pobreza, sí
viví en condiciones más austeras que el resto de mis compañeros. Pero, sobre
todo, sentí una desbordada alegría, pues estos niños son capaces de transmitir
vida hasta a una roca.
Sé que muchos de ellos si acaso terminarán la secundaria. Muy pocos irán
a la universidad y tendrán una vida desahogada. Pero al menos ahora cuentan con
la oportunidad de ir a una de las 26 escuelas que existen en Beijing para hijos
de trabajadores migrantes y de aprender no sólo lo que el profesor les enseña
en el aula, sino también la cultura del esfuerzo y la solidaridad.
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Niños encargados de la limpieza del patio / Foto: JCZ |
Es probable que nuestra visita haya hecho sentir a estos niños
importantes y les diera un momento de alegría por el simple hecho de romper con
lo cotidiano. Lo que es seguro es que a mí me regalaron uno de los recuerdos que
más voy a atesorar sobre China.
Un relato encantador. Humano, profundo, con sentido periodístico y muy tuyo. ¡Felicidades Juan Carlos!
ResponderEliminarGracias, querida Blanca. Que el comentario venga de ti es sumamente halagador.
EliminarQue bueno Juan Carlos. Una sonrisa de un niño no tiene precio. Felicidades por tu iniciativa
ResponderEliminarExcelente experiencia Carlo. Tu relato me motivo a hacer lo mismo en el pais turco. Te invito a visitar el blog (blog de viajes Turquía).
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