jueves, 6 de enero de 2011

La Navidad me persigue hasta China

Comencé a odiar la Navidad hace varios años en la Ciudad de México. No sólo porque me trae malos recuerdos, sino porque es una fecha que se ha convertido en un pretexto para el consumismo exacerbado. Durante mucho tiempo he sido testigo de cómo las personas cambian de repente: de ser individualistas, egoístas, avaras y mala onda, se convierten en los seres más amorosos, solidarios, espléndidos y buena onda del mundo. Como si en el resto del año no se pudiera ser buena persona.

Pero además de la hipocresía generalizada, está el hecho de que todos quieren salir desesperadamente a gastar el aguinaldo, atiborrando las tiendas y centros comerciales, y saturando las calles y avenidas, convirtiendo al Distrito Federal en un verdadero infierno.

Y gracias a ese apetito voraz de la gente por la Navidad, las empresas, hábilmente, comienzan a adornar con figuras de Santa Clos, árboles, luces, renos y demás parafernalia desde finales de septiembre, inundando el ambiente de villancicos que, si bien son lindos, uno termina odiándolos.

Por todo eso, cuando llegué a China me alegró el pensar que por fin me había librado de la Navidad consumista (que nada tiene que ver con la Navidad de esencia cristiana), pues al ser un país donde el cristianismo (con todas sus variantes) es religión de pocos, seguramente la palabra “Navidad” sería algo lejano y desconocido. Qué equivocado estaba.

Es cierto que los chinos no tienen muy claro que es la Navidad. Algunos piensan que es el día en que nació Santa Clos. Otros, que es una fiesta occidental donde la gente acostumbra darse regalos. Pero de lo que sí tienen certeza es de que tienen que comprar, gastar, regalar, endeudarse… (¿para esto me vine tan lejos?).

Desde que China comenzó a aplicar su Política de Reforma y Apertura en 1979, se creó el famoso “socialismo con características chinas” que tanto pregonan los políticos, y que no es otra cosa que el ingreso del país a la economía de mercado. Esto permitió a China tener un crecimiento sin precedentes en la historia de la humanidad.

De ser un país con cientos de millones de pobres que pasaban hambre, hoy en día China es la segunda economía mundial, sólo por debajo de Estados Unidos. Y esto en parte se debió a que en su territorio se comenzaron a manufacturar, a bajo costo, la mayoría de los productos que hoy se venden en el mundo.

Ser la fábrica del planeta le permitió crecer a ritmos superiores al 8 por ciento cada año, lo que fue permeando poco a poco en su población. Y si bien todavía quedan varios cientos de millones de chinos en la pobreza, hoy este país tiene una clase media impresionante, capaz de comprar cualquier cosa. Y créanme…, ¡los chinos compran cualquier cosa!, especialmente si piensan que está de moda en Occidente.

Desde autos hasta ropa de diseñador; desde el último iPhone hasta el más nuevo PSP…, y ahora es cada vez más común que lo hagan en Navidad.

Muchos chinos ni siquiera conocen el origen de la festividad (aunque creo que muchos mexicanos tampoco), pero siguen la moda. Por eso los centros comerciales están llenos de figuras de Santa Clos, esferas, renos, árboles y luces (qué pesadilla), y de gente comprando, tomándose fotos, contagiándose con la fiesta más importante del consumo.

En Beijing, muchas personas acostumbran cenar pizza esa noche (con tenedor y cuchillo) o ir a cantar al karaoke. Otros, los menos, han adoptado una costumbre japonesa, que es la de salir con las amantes a pasar una noche de pasión. Los restaurantes elevan groseramente sus precios (una cena cuesta alrededor de 400 yuanes=800 pesos) y el tránsito se complica a más no poder.

Así que ni siquiera en China me he podido librar del tortuoso sonsonete de los villancicos, que año con año taladra mis oídos. Qué se le va a hacer…