viernes, 29 de julio de 2011

Érase una vez un tren (o Cómo los chinos despertaron del letargo)

El tren avanzaba a más de 250 kilómetros por hora, cuando un rayo lo alcanzó y provocó una falla en el suministro eléctrico. Cientos de personas en el interior mostraban su desconcierto y su enojo. Algunos llegarían tarde a sus destinos. Otros tendrían que lidiar un rato más con los lloriqueos de los niños. Seguramente al llegar a la estación reclamarían en masa una indemnización por la pérdida de tiempo.

De repente, todos sintieron un fuerte golpe. El terrible sonido de los fierros retorciéndose, los gritos de terror y la muerte inundaron el interior de los vagones. Fue uno de los peores accidentes ferroviarios en la historia de China.



El primer saldo de ese 23 de julio del 2011 en la provincia de Zhejiang fue de 39 muertos y más de 200 heridos. Al menos eso dice la cifra oficial. Quizá fueron más.

El segundo saldo: la indignación de los chinos y una fúrica e inesperada reacción de la prensa, incluida la gubernamental.

Dicen las autoridades que sucedió así: luego de que el rayo alcanzara al primer tren bala y de que éste se detuviera, los sistemas de señalización fallaron y por esta razón el tren que venía detrás, a más de 250 kilómetros por hora, no se detuvo. Pero nadie les cree.

Todo el mundo se cuestiona: ¿acaso los trenes no cuentan con un sistema alterno que indique a una central que un convoy está detenido? ¿No existe comunicación por radio entre la central y los conductores? ¿No están equipados los trenes con sensores que detengan automáticamente un convoy en caso de esté demasiado cerca de otro?

Lo peor fue la reacción de las autoridades tras el accidente. Su prioridad era restablecer el servicio lo antes posible, por encima de las vidas humanas. Por eso decidieron enterrar los vagones accidentados. Versión oficial: para despejar la zona y que los rescatistas pudieran trabajar. Versión popular: para esconder evidencia y salvar el pellejo de varios. Pero no contaban que dentro de uno de esos vagones aún había una sobreviviente: una pequeña niña que gritaba. ¡Por poco la entierran viva!

Labores de rescate / Foto: Prensa china

Ahí se desató la furia. Miles de chinos, indignados, expresaron su ira en las redes sociales y microblogs, acusando a funcionarios corruptos. Por supuesto, la censura china borró esos textos en pocas horas. Un presentador de la Televisión Central de China se atrevió a criticar el sistema de trenes rápidos y la actuación del gobierno tras el accidente. Por supuesto, su programa fue cancelado al día siguiente. Muchos diarios, portales de Internet y revistas publicaron ácidas críticas hacia las autoridades. Por supuesto, algunos de los que escribieron perdieron su trabajo o fueron sancionados.

No conforme con eso, el gobierno chino prohibió a la prensa que investigara las causas del accidente, y ordenó que se centrara en las historias heroicas y humanas: los bomberos rescatando gente, los voluntarios ayudando, los familiares felices tras el rescate de algún ser querido.

Y para agregarle sal a la herida, comenzaron a salir a la luz historias como la de una señora que, desesperada, veía en la zona del accidente cómo los bomberos no comenzaban su labor porque estaban esperando que llegaran funcionarios que iban a dar un discurso, o la de las familias que denunciaron que el gobierno condicionaba la entrega de indemnizaciones a la presentación de un certificado de incineración del cuerpo del familiar fallecido.

En un extraño ejercicio de “libertad de expresión”, muchos medios han seguido publicando textos y viñetas criticando al gobierno no sólo por el accidente del tren, sino por los múltiples problemas que padecen los chinos, y que resume en parte una frase que escuché de una amiga: “los chinos no podemos tomar leche del país porque está contaminada, no podemos ir a restaurantes porque usan aceite reciclado y sucio para preparar la comida y no podemos subirnos a los trenes de alta velocidad porque no son seguros”.

Trenes de alta velocidad Beijing-Tianjin / Foto: Gabriela Becerra

El accidente no sólo ha puesto en duda la eficacia y la calidad del sistema de trenes de alta velocidad (incluyendo la flamante línea Beijing-Shanghai, que ha tenido múltiples fallas en sólo un mes de funcionamiento), sino que ha despertado en los chinos ese sentido de rebeldía y protesta que todos los seres humanos tenemos, pero que en este país se han encargado de adormecer durante muchos años.

Ha sido un duro golpe para el país que quiere ser la primera potencia del mundo, para las empresas constructoras de ferrocarriles que pretendían exportar sus convoyes a Europa y Latinoamérica y para el Partido Comunista, que tiene temor de perder las riendas de China, que tomó hace 60 años.

Críticas aparecidas en la prensa china


jueves, 21 de julio de 2011

Un respiro veraniego

Con las altas temperaturas que se sienten en Beijing cada verano, entre 35 y 40 grados centígrados, la gente busca diferentes formas para refrescarse. Los niños son, sin duda, los más originales y los que más se divierten. Y para ejemplo este video, tomado con mi teléfono en la zona comercial de Sanlitun, donde pequeños chinos y extranjeros se divierten de lo lindo en una fuente.

Me hicieron recordar cómo en la Ciudad de México muchos chicos, y no tan chicos, se sumergen en las aguas verdosas de las fuentes del bosque de Chapultepec. ¡Quién fuera niño!